Una vez al mes, el ex presidente de la ANFP vuelve a su ciudad natal. Por su fundación Ganamos Todos y para jugar fútbol con amigos. Como una inyección de energía. Recorrimos con él los lugares de su infancia y adolescencia en Antofagasta. En medio de ese relajo, Harold Mayne-Nicholls se animó a hablar de dirigentes, de política, de sus ganas de ser ministro de Deportes.
por Marisol Olivares - 06/01/2013 - 03:02
© Roberto Candia
Harold Mayne-Nicholls.
Son las 17.45 y el avión en que viaja Harold Mayne-Nicholls acaba de aterrizar en Antofagasta. El baja por la escalera con una pequeña maleta de mano. Los zapatos de fútbol, dirá después, fue lo primero -y casi lo único- que guardó allí. El resto lo lleva puesto: pantalón azul marino, zapatos de cuero y la polera azul eléctrico de su fundación Ganamos Todos. Estará en su ciudad natal menos de 24 horas. Un viaje cortísimo, pero que repite una vez al mes. El mismo lo explica: “Soy un antofagastino al que le toca vivir en Santiago”.Harold Mayne-Nicholls.
Cuando el 14 de enero de 2011 perdió la reelección a la presidencia de la ANFP, Mayne-Nicholls desocupó rápido su oficina. Sacó sus recuerdos, las fotos y la bandera chilena con la que junto a la Selección de Bielsa fueron al Mundial de Sudáfrica. “Cerré inmediatamente la puerta”, dice. Entonces se planteó qué podía hacer. Primero pensó en armar una empresa, pero después se imaginó un proyecto grande donde enseñar lo que hace años lo moviliza: el fútbol. Así nació Ganamos Todos, donde se capacitan adultos para ser árbitros, entrenadores y jugadores, y también se trabaja con niños -y niñas- que aprenden este deporte. La fundación tiene actividades en todo el país. Pero Antofagasta es donde está el corazón.
No es casualidad.
“Si no me sale en mi ciudad, ¿dónde me va a resultar entonces?”, dice Mayne-Nicholls. Asegura que Antofagasta, donde gastó su infancia y buena parte de su adolescencia -y que hace dos años lo nombró Hijo Ilustre-, es un lugar que conoce y en el cual se mueve con soltura. Aquí ha dado siempre sus primeros pasos. Cada vez que tiene un proyecto en mente, aquí lo empieza. Y aunque en lo formal regresa a monitorear cómo marchan las cosas, también hay un componente emocional que, aunque no lo reconoce, lo hace sentir cómodo.
Por eso está aquí esta tarde de diciembre.
En estos viajes a Antofagasta, siempre planea pasar aquí la noche del jueves, porque ese día la liga de sus amigos juega baby fútbol y él oficia de delantero. Por eso echa los chuteadores en su pequeña maleta. “Adonde voy, trato de que me salga una pichanga”.
Después de bajar del avión, su rutina sigue en el puesto de arriendo de autos. Elige un Peugeot 206 blanco que siempre estaciona aculatado, listo para partir, porque explica que así lo hacen los antofagastinos, por seguridad: “Aquí nunca ha existido miedo a la demanda por el mar de los bolivianos o los tsunamis, pero sí a que pase algo en las mineras y haya que escapar”. La radio del vehículo viene sintonizada en la Circo Hit, emisora que despacha música de Américo y mucho tropical. A Mayne-Nicholls no le molesta.
El arriendo del auto cuesta $ 30.000 diarios. El ex dirigente advierte que es la única opción de trasladarse, ya que con lo que ha crecido la ciudad el taxi ya es impagable. Dice que son los precios para las mineras. Y eso es un tema que él también conoce.
El primer Mayne-Nicholls que llegó a Chile fue su bisabuelo, quien desembarcó a fines del siglo XIX. Dice Harold que era ingeniero, igual que lo sería después su papá y su hermano. En plena fiebre del salitre, el bisabuelo llegó desde Inglaterra a construir el ferrocarril que trasladaba a mineros y pirquineros desde Iquique hasta la pampa. Una vez terminado el trabajo, intentó regresar a su tierra. Pero en Gran Bretaña extrañó el Pacífico, el calor y el desierto. Lo mismo que le pasa al bisnieto cuando está en su casa de Peñalolén.
Cuando Harold nació, el 27 de julio de 1961, su papá trabajaba en Copec y hacía clases de Física y Mecánica en la actual Universidad de Antofagasta. Los padres y sus cuatro hijos vivían en una casa grande que arrendaban en calle Poupin. Pamela, la hermana mayor, dormía con Robert. Y Harold con Ronald. Tenían un patio con perros y gallinas, que los niños se turnaban para alimentar, y un jardín con pocas plantas que se inundaba cuando había marejada. Después, Copec les pasó una casa, media cuadra más arriba, donde hoy está el Holiday Inn. Las vacaciones de verano se tomaban por días en alguna playa de la ciudad, iban una semana a Mejillones u Hornitos, o tomaban una micro al Auto Club: un club que hoy tiene playa privada, piscinas, canchas de fútbol, restorán y demasiadas áreas verdes para estar en pleno desierto. En ese mismo lugar, Harold jugará la pichanga de esta noche.
Cuando recorre el que era su barrio, Mayne-Nicholls recuerda las casas que había entonces. Hoy sólo hay edificios. Se acuerda del nombre de cada uno de sus amigos que vivía allí: los Amengual, el Willy, la Ximena. Recuerda el local donde compraba pan amasado y el almacén de Don Roque, que también fueron demolidos para hacer edificios. En la ciudad había entonces 120.000 habitantes y la única construcción en altura era la de la familia Coronado. Unas cuadras más adelante, por avenida Croacia, se detendrá en el Parque Japonés, donde iba con bolsas plásticas a sacar pececitos.
Recuerda que a sus cuatro años, la familia se metió a una camioneta Ford verde de una cabina y partieron a Santiago. Al padre lo habían trasladado a la capital. Arrendaron una casa en Américo Vespucio y los niños entraron al Saint George. Se quedarían cinco años. Y volverían a Antofagasta.
Mayne-Nicholls mira hacia la bahía, a la playa Juan López. Su balneario favorito. Allí se tiraba piqueros después de un partido de fútbol o a la salida del colegio, porque desde octubre andaba con el traje de baño en la mochila. Con los ojos en el mar, dispara: “¿Te has bañado en Algarrobo?... bueno, esta playa es mucho, pero mucho más helada. Pero cuando te metes, ya no te quieres salir”.
La población actual de Antofagasta, al menos de lunes a jueves, se dispara a los 500 mil. Los mineros y la explosión de inmigrantes colombianos ayudan a explicar esa cifra. “Es una ciudad que vive por turnos, que como toda frontera tiene el problema de la inmigración ilegal y la prostitución… hay que mejorar varias cosas y despertar el interés de la gente para que se quede”, dice Mayne-Nicholls. Como planificando la comuna que conoce de memoria.
Ese es, precisamente, su capital político. Y él lo sabe. Llega hasta la Portada de Antofagasta, manejando en la doble vía recién inaugurada, y se imagina una gran costanera, un resort, un restorán y un museo. La gente se detiene a tomarle fotos. Lo saludan, lo abrazan y él, con distancia inglesa, da un abrazo de vuelta. Son cerca de las 7 de la tarde y empieza a hacer frío, pero Harold sigue en manga corta. Dice que en los nueve años que vivió en Antofagasta jamás se puso un chaleco. Ni bloqueador, aunque hoy se embetune de factor 50. Habla poco y su tono de voz nunca varía. Una de las pocas veces que se ríe es cuando habla de que lo puedan ver como una amenaza política, como le dice un amigo en la fundación Ganamos Todos.
“Me han ofrecido ser candidato de todos los partidos y a todos los cargos, salvo ser presidente”, dice. Sólo han faltado el PC, los radicales y el PRO. La zona que le proponen, obviamente, es Antofagasta. Se lo ofrecieron para las pasadas municipales y para las parlamentarias de 2013. Pero él, aunque lo ha pensado, ha dicho siempre que no: “Para ser alcalde tienes que vivir en la ciudad. Y no tengo vocación para ser legislador. Con eso pasas a ser un político profesional y eso no es servicio público”.
Cuenta que incluso el ex ministro del Interior, el también antofagastino Edmundo Pérez Yoma, lo invitó a tomar té hace unos meses a su casa de Vitacura. “A él lo conozco porque es del Saint George también. Pero me invitó a su casa porque quería ser senador por acá. Me dijo que si yo me iba de candidato, él no se presentaba. No sé qué pasó que le metieron a (René) Cortázar entre medio”.
El único cargo que tomaría sería el de ministro del Deportes. Una cartera que ha seguido como proyecto en carpeta en varios gobiernos. Asegura que no asumiría como subsecretario -cargo que hoy ostenta Gabriel Ruiz-Tagle, con quien él ha tenido varios roces públicos- y da sus razones: “El deporte es 100% técnico y resulta que depende de la Vocería de Gobierno, que es 100% política. Así, el componente social del deporte se tiene que alinear y transformarse en el brazo armado de los políticos”. Por eso, piensa en un Ministerio del Deporte administrado de forma independiente, con la misma estructura del Banco Central, “totalmente autónomo, donde el ministro sea nombrado por el Presidente... pero sin entregarme un pendrive para decirme qué tengo que hacer”.
Imposible no preguntarle por su relación con Michelle Bachelet. El dice que hay mucho de fábula. “La conocí cuando pedí una audiencia. Yo ya estaba en la ANFP y ella recién había sido electa presidenta. La invité a presidir el mundial femenino”. Fue entonces cuando la ex mandataria le dijo lo que Mayne-Nicholls repite: “Todos mis asesores me han dicho que no me meta con el fútbol porque trae puros problemas, pero no sé por qué a ustedes les creo”. Eso fue el 2008. Después la invitó al Mundial de Sudáfrica 2010. Y un año más tarde, cuando él ya había perdido la ANFP y estaba estudiando en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, se reunieron en Nueva York. Dice Mayne-Nicholls que le mandó un correo a Paula Walker -asesora de prensa de Bachelet en la ONU- y agendaron una comida en abril de 2011. “Después de eso, nunca más la he vuelto a ver”.
Más tarde, aún relajado, camino al partido de fútbol con sus amigos, se atreverá incluso a dar un pronóstico de la elección presidencial. “Lo que uno percibe es que si no viene la señora Michelle va a ser reñida la elección; y si viene, es difícil que no gane. Ella es como esos equipos de rugby que uno ve en la cancha desde lejos. Los miras y ves que los jugadores son todos más grandes, más fuertes, más rápidos, y dices ‘tiene que ganar sí o sí’. Ella tiene una fuerza en el pueblo y la gente que es otra cosa”.
-Buenas tardes, mi nombre es Harold Mayne-Nicholls y soy ex alumno de este colegio… ¿Puedo entrar?
Lanza la pregunta a un guardia de seguridad, desde el portón azul del Colegio Inglés San José, en calle Galleguillos Lorca.
Una vez adentro, apunta una sala de madera pintada de blanco y dice: “Aunque era desordenado, el lugar que más me gustaba era este, la biblioteca”. Recuerda que era un alumno regular, con más anotaciones negativas que positivas, bueno en matemática y deporte, y malo para castellano e historia. Pero siempre, dice, su pasión ha sido leer, especialmente historia novelada y los diarios, aunque hoy evita las notas donde aparecen los dirigentes del fútbol. También le gusta escribir: anda con una libreta y toma apuntes que pueden servirle para una historia. Sabe de eso: ha publicado dos libros sobre fútbol y en 2010 lanzó uno de cuentos. “No tengo pensado publicar otro en el corto plazo. Sí uno de fotografías”, cuenta.
Se acuerda que el libro de castellano de Montes y Orlandi lo pedían en la lista de útiles en marzo y a las librerías antofagastinas llegaban recién en septiembre. Y que Martín Rivas tuvieron que fotocopiarlo y los alumnos se pasaban las páginas una a una. Así y todo, dice que no se siente provinciano: “Esta es la capital de Chile, la que le da de comer al resto del país”.
Se detiene frente una escala en el patio. “Para la semana del colegio tuvimos que hacer esta escalera con fierro y cemento. Trabajamos todo un sábado. El cura rector dijo que era el mejor trabajo que había visto, que éramos muy meticulosos y nos dio el mejor pan amasado que he comido en mi vida”. Después de 36 años, la escalera sigue igual.
Al fondo se distingue una cancha de pasto sintético y niños lanzando pelotas. Hora de hablar de fútbol. Mayne-Nicholls dice que no pudo terminar su trabajo en la ANFP -fue presidente de 2007 a 2011-, “pero no por una decisión mía. Se ve en la forma que (los dirigentes) tienen para enfrentar las situaciones, los vaivenes organizativos, los escándalos, el comportamiento de algunos jugadores. Lo que pasa hoy en la ANFP es un claro ejemplo de que se podía haber hecho mejor y nosotros estábamos por un buen camino y se volvió para atrás”.
-¿Y qué opina de Claudio Borghi?
-Fue un buen director técnico, pero le faltó alinear a los astros, como se dice. Esto es a los jugadores, técnicos y dirigentes en una línea. El presidente de la ANFP nunca está con los jugadores. Yo nunca había visto en los viajes de una selección que los dirigentes se quedaran a alojar en otro lado. Eso es lo que me hace pensar por qué falló Borghi. Fue imposible poner en línea, porque los dirigentes actuales… se negaron a comer lo mismo que los jugadores. No pueden los dirigentes comer bistec y los jugadores un tallarín más o menos.
-¿Qué le parece la forma en que salió?
-Poco elegante. No me parece que a alguien le digan así que no quieres seguir trabajando con él. Se hace de otra manera.
Casi las 9 de la noche. Mayne-Nicholls -que hasta diciembre fue vicepresidente del Club Deportes Antofagasta y dejó de serlo por desavenencias con el presidente- llega a la cancha del Auto Club. Lleva la polera número 8, short azules, medias grises, sus zapatos de fútbol. Por primera vez deja de lado la Blackberry. Sus compañeros dicen: “Está de fiesta la liga, hoy viene el Harold”.
Antes de jugar, un profesor de Educación Física les hace precalentamiento. Los jugadores promedian 60 años. Mayne-Nicholls, de 51, debe ser el único delgado. La rutina de ejercicios de 20 minutos contempla trote, sentadillas, tiburones, elongaciones. Todos se ríen. Todos, menos Mayne-Nicholls.
Cuando chico quería ser futbolista. Fue con su hermano Robert, que hoy es sicólogo, a probarse en el Portuario Antofagasta. Ambos quedaron fuera. Dice que no le dolió, pero que no se lo esperaba. Uno de sus colaboradores en Ganamos Todos, Bruno Gattini, dice que Mayne-Nicholls es muy inglés, que por eso no demuestra la pena. “Tampoco la nostalgia que tiene hoy… no por ser dirigente, sino por el cariño de la gente a la que le daba gusto ver a la Selección”.
En el partido de esta noche, Harold jugará con un peto rojo, correrá cada vez más rápido, dará un par de pases quizás demasiado calmados y marcará el segundo gol de su equipo. Al final, perderán 3-2 y dirán que el árbitro está comprado. En el libro La caída, del periodista Francisco Sagredo, se describe a Mayne-Nicholls como un tronco en la cancha. El se describe como empeñoso. En Santiago juega dos veces por semana: los sábados con la Liga Quilín de Peñalolén y los domingos en el Country Club con los “Old Georgians”, donde es presidente desde 1979.
En el Auto Club, antes de irse al camarín, cuenta que ya no habla con los jugadores de la Selección. Que cuando vio a Alexis Sánchez y Mark González en Europa, en un viaje cuando aún era dirigente de la FIFA, se dieron abrazos. Nada más. “Para qué hacerles ruido a los cabros”, dice. Con el que sí habla seguido, más bien se escribe, es con Marcelo Bielsa.
Hace poco, la fundación dictó un curso en Pelequén y llegó un hombre de Limahue. Quería aprender a ser director técnico. Por su parecido con el ex DT, Mayne-Nicholls lo llamó el “Bielsa chileno”. Al fin del curso, pidió entregarle personalmente el diploma y que les tomaran una foto. “Se la mandé a Bielsa en un mail y le dije ‘mira que has aprendido de mí lo poquito que sabes’”.
Tras el partido de esa noche en la cancha de Antofagasta, la liga hizo un asado. Hubo vino y champaña. Mayne-Nicholls apenas los probó. Bebió Coca light, se comió medio choripán, un par de galletas con ceviche y dos trocitos de carne casi sin sal. Fue el primero en retirarse, cerca de la una de la mañana.
Al día siguiente, Mayne-Nicholls cumplirá sus funciones en la fundación: da la última charla de fútbol para 40 niños de una escuela y una clínica a otros 200 niños con los que trabajaron dos meses. Después de que renunció a la FIFA -porque, según él declaró, se negó a hacer las paces con el subsecretario Ruiz-Tagle y los dirigentes de la ANFP-, Ganamos Todos ocupa el 80% de su tiempo laboral. El resto lo reparte entre dar clases de Administración Deportiva en la Universidad Católica de Buenos Aires y varias asesorías.
Sus últimas horas en Antofagasta las pasa con una tarjeta amarilla y otra roja en el bolsillo del pantalón, por si es necesario imponer disciplina a los niños. No fue necesario mostrar ninguna. Los pequeños oyeron atentamente a Mayne-Nicholls decir que el deporte es la fábrica de los sueños, que ayuda a ser mejores personas y a crear valores. En un video aparecen imágenes y citas de Bielsa. El elige una, donde el rosarino dice que “para jugar al fútbol tenemos que ser todos amigos”. Y Mayne-Nicholls agrega otra que habla de saber perder y el fair play.
Falta una hora para que parta su avión de regreso.
Harold Mayne-Nicholls maneja el auto hacia el aeropuerto. No sabe en cuántos días más le toca volver a Antofagasta. Sí tiene claro que va a seguir trasplantado en Santiago mientras sus hijos estudien. “Por el clima, la ciudad, la gente y el mar, Antofagasta es donde me gustaría estar de viejo. Pero para eso falta, no me voy a jubilar todavía”.
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