El país sufrió transformaciones importantes desde marzo de 2010 a la fecha, cuando la socialista dejó La Moneda. En este período, Bachelet modificó su diagnóstico político y, sobre todo, su estrategia.
por R. Montes, F. Artaza y L. Concha - 30/03/2013 - 04:02
EL 13 de diciembre de 2005, Michelle Bachelet relanzó su campaña con miras a la segunda vuelta del 15 de enero del año siguiente. La candidata, que había obtenido un 45,96%, estaba rodeada de buena parte del establishment de la Concertación, entre ellos, Patricio Aylwin y Eduardo Frei. Como nuevo jefe de campaña, Sergio Bitar. “Aquí tengo conmigo a la coalición más exitosa de la historia de Chile”, dijo la abanderada, que para la primera vuelta había prescindido de los partidos. La nueva fórmula resultó: venció a Piñera con un 53,50%.
Siete años más tarde, el 27 de marzo de 2013, Bachelet regresó a Chile para anunciar su repostulación, después de 30 meses radicada en Estados Unidos. En un discurso de 20 minutos, solamente una vez mencionó la palabra “Concertación”. La candidata también reconoció los errores del conglomerado con el que llegó a La Moneda: “Hubo cosas que no hicimos del todo bien y reformas que quedaron sin hacer”. En el Centro Cívico Cultural de El Bosque, donde anunció su decisión, no había ni un dirigente de su bloque. Tampoco los hubo en la mañana, cuando habló después de aterrizar en el aeropuerto, acompañada de un grupo de mujeres y con la presencia de dos alcaldes cuidadosamente elegidos: Carolina Tohá, ex presidenta del PPD, y el socialista Johnny Carrasco.
A tres años de dejar el poder, en marzo de 2010, Bachelet ha aumentado su distancia de los partidos de la Concertación. En los dos años y medio que permaneció en Nueva York, evitó encuentros públicos con figuras del conglomerado y sus contactos con la dirigencia quedaron relegados a su ex jefe de gabinete, Rodrigo Peñailillo. El ingeniero no sólo ofició como nexo con los partidos, sino que fue el encargado de notificar las decisiones adoptadas por la ex mandataria y su círculo.
A pocos días de aterrizar en Chile, en la Concertación se desconocía el diseño de su retorno y este escenario provocó un nerviosismo que la inmensa mayoría de los concertacionistas evitó explicitar públicamente. La excepción fue el ex senador Ricardo Núñez: “El secretismo, si es por razones de seguridad y del buen manejo de su figura (...), me parece bien. Pero si el secretismo va a continuar luego de que regrese al país, creo que sería un gravísimo error”.
Como candidata, explican en su círculo, mantendrá la autonomía. En parte, indican las mismas fuentes, porque es Bachelet, y no su conglomerado, quien ostenta el respaldo ciudadano, por lo que tiene incluso mayor rango de acción que en 2005. Pero, sobre todo, porque desde que estallaron las protestas estudiantiles e irrumpió el fenómeno del malestar en Chile, en 2011, la clase política en su conjunto sufrió una baja en niveles de respaldo y credibilidad. En mediciones realizadas entre noviembre de 2010 y diciembre de 2012, el CEP registró una caída en la evaluación de las instituciones: los partidos bajaron de 15% a 6% y el Congreso pasó de 28% a 15%.
De hecho, por esa razón la ex mandataria cree indispensable conformar una nueva mayoría social y política que trascienda la Concertación -que tiene una popularidad de un 22%-, indispensable para garantizar gobernabilidad en un eventual segundo período.
En el círculo de Bachelet recuerdan una entrevista que concedió poco antes de abandonar el Ejecutivo, donde señaló que la Concertación no había entendido su elección. El diagnóstico, según cercanos a la candidata, sigue vigente en 2013 y la distancia se mantendrá el mayor tiempo posible. De hecho, la campaña territorial de la primaria estará coordinada por los alcaldes y concejales opositores.
Un influyente dirigente del bacheletismo explica que, por el momento, a la abanderada no le conviene aparecer vinculada a la oposición, aunque subterráneamente permanezca activa la trenza que le garantiza estabilidad política: Camilo Escalona (PS) y Gutenberg Martínez (DC), quienes se han resistido a la izquierdización del bloque opositor, que propugnó todo 2012 el senador Guido Girardi (PPD).
Bachelet, en el fondo, despliega una estrategia que recuerda la adoptada por Joaquín Lavín en su candidatura presidencial de 1999, frente a Ricardo Lagos: esconder a sus partidarios, alejarse de los políticos y mostrar un rostro ciudadano.
En sus primeros días en Chile, de hecho, los dirigentes de la Alianza la han criticado por mostrar distancia con los partidos que la apoyan: “Es tratar de ocultar una verdad tan grande como el sol”, dijo el candidato de la UDI, Laurence Golborne. El abanderado de RN, Andrés Allamand, indicó que todos los chilenos saben que “en caso de gobernar, lo haría con los mismos que la acompañaron en el pasado”.
Esta línea argumental no es nueva en el oficialismo. En septiembre del año pasado, el ministro de Educación, Harald Beyer, dijo en una entrevista política que Bachelet iba a cargar con el “peligroso lastre” que, a su juicio, significa la Concertación, y que le podía pasar lo mismo que a Mario Vargas Llosa cuando disputó la presidencia de Perú: siendo favorito, se asoció a políticos tradicionales y desprestigiados, y perdió ante Fujimori.
En el entorno de la ex presidenta existe especial preocupación en enfatizar que su cargo de directora ejecutiva de ONU Mujeres la cambió mucho en los últimos tres años. Señalan que en ese período recorrió el equivalente a 10 veces la vuelta al mundo, que estrechó lazos con figuras como Hillary Clinton y observó fenómenos mundiales como el de los “indignados”.
Días después de que asumiera en ONU Mujeres, en septiembre de 2010, se inició la ola de protestas en el mundo árabe, de la cual fue testigo directo en sus viajes posteriores a esa región. El énfasis de sus cercanos en su experiencia internacional apunta a mostrar una Bachelet más preparada y con mayor visión de mundo, que añadió a su biografía haberse convertido en líder internacional. Pero, sobre todo, a mostrarla como una figura muy por encima de las peleas habituales de la contingencia política chilena.
Coherente con ese diseño, buscará marcar distancias con sus adversarios, evitará confrontaciones con el gobierno y sus dos candidatos.
En su discurso del miércoles, por ejemplo, no atacó al oficialismo. En 2005, en cambio, apuntaba directamente a la Alianza: “¿Acaso ustedes creen que le preocupan la desigualdad, los abusos laborales, el medioambiente, el desarrollo de nuestra cultura?”.
Destacando su papel internacional, Bachelet hará frente a la principal crítica que enfrentó, incluso desde las filas de la Concertación, en su primera campaña: la inexperiencia.
En su discurso del miércoles, la propia Bachelet destacó su labor en ONU Mujeres: “He visto, en esta tarea que me tocó desempeñar, nuevas realidades (…). He recorrido muchos países (…). Me he reunido con gobernantes y trabajado con organizaciones y líderes de Asia, Africa, Oceanía, Europa y de América Latina”.
En el entorno de la precandidata informan que, durante la campaña, también se hará hincapié en que la biografía de Bachelet es coherente con su pensamiento político. El bacheletismo, sin entrar en confrontaciones directas, apuesta por marcar diferencia en este terreno con el precandidato de la UDI, Laurence Golborne, el abanderado que apela a las emociones y cultiva una épica personal, como la propia Bachelet.
En el círculo de la ex presidenta se ha puesto mayor énfasis en el ex ministro de Obras Públicas que en Allamand. No es casualidad que, mientras el ex ministro pretende destacar que nació en Maipú y llegó a ser ministro de Estado, la ex directora de ONU Mujeres haya hecho hincapié en su vínculo con El Bosque, al iniciar su pronunciamiento el miércoles: “Soy hija de El Bosque, mi casa todavía está en Los Morros”. Así, quedó atrás el relato con que enfrentó su primera incursión por La Moneda: la hija del general.
Nuevo target y fin de ciclo
“Sabemos que hay un malestar ciudadano bastante transversal. Lo hemos visto en los estudiantes (...). Lo hemos visto también en una clase media que se siente excluida y desprotegida”. Bachelet, en el discurso de lanzamiento de su campaña la noche del miércoles, hizo dos guiños evidentes a la clase media, lo que representa un cambio de cara a esta nueva etapa.
En 2005 apuntó a los más desposeídos. Cinco días después de la primera vuelta, uno de los voceros de su comando, Marcelo Trivelli, reveló que “hay que salir a buscar el voto de Lavín. Hay familias más pobres que votaron por él y hoy se sienten identificados con Michelle”. Hoy, en cambio, si bien va a cuidar a su electorado duro -según la última CEP, tiene un 61% de gente “decidida a votar por ella” en el segmento bajo-, las menciones a la clase media (donde tiene 10 puntos menos) tienen intencionalidad.
Y es que el esquivo apoyo de este tramo a la Concertación explica en gran medida el triunfo de Piñera en 2010.
Según la encuesta CEP de octubre de 2009, el respaldo del estrato medio favorecía al actual mandatario. En un escenario de primera vuelta, un 37,6% de la clase media optaba por Piñera, contra un 17,7% de Frei. El golpe dado a la Concertación por este segmento fue refrendado después por el Instituto de Políticas Públicas de la UDP que, después de cruzar datos de la elección con la Encuesta Casen, mostró que en la segunda vuelta “Frei empeora sus resultados a medida que la concentración de la población de clase media aspiracional aumenta”.
“Ya no es una sociedad de pobres, sino de clase media”, dijo hace unos días Enrique Correa en Icare. El ex ministro dio cuenta de cómo este segmento se transformó en una clave electoral. Miembros del círculo bacheletista comentan que existe plena conciencia de aquello y agregan que esto implica un desafío, toda vez que “la centroizquierda debe salir a pelear en un terreno que hasta ahora tenía relegado”. De hecho, agregan otras fuentes de su círculo, desde Nueva York estuvieron muy atentos a los efectos del Bono Marzo anunciado por Piñera, ya que por primera vez un recurso de este tipo se hará extensivo a 300 mil familias de clase media vulnerable. “Manejamos las mismas encuestas”, comentan en su entorno.
Según la Encuesta Casen, las políticas económicas y sociales aplicadas en las últimas dos décadas han logrado reducir la pobreza en Chile a menos de la mitad. Si en 1990 los pobres alcanzaban al 38,6% de la población (13% en extrema pobreza), en 2009 esta cifra cayó a 15,1% (3,7% en extrema pobreza), y a 14,4% y 2,8%, respectivamente, en 2011. La clase media, en tanto, representa a casi la mitad de la población.
Esta ciudadanía, además -y en esto coinciden tanto Bachelet como Piñera-, está hoy más empoderada, es más fiscalizadora y se rebela ante los abusos. “La enorme desigualdad en Chile -dijo la ex mandataria el miércoles- es el motivo principal del enojo”.
Cercanos a Bachelet aseguran que ella tiene un diagnóstico claro respecto del “malestar” que, a su juicio, afecta a buena parte del país. Durante 20 años, agregan en su entorno, los gobiernos de la Concertación se enfocaron en el combate a la pobreza, el tránsito democrático y en demostrar que el conglomerado podía garantizar la gobernabilidad. Pero eso, considera la ex mandataria, cambió. Y, como aseguró en su discurso de aceptación de candidatura, “estamos entrando en un nuevo ciclo político, económico y social”.
Este “fin de ciclo” está enfocado en el combate a la desigualdad, cuya principal expresión son las brechas en educación (tema que se inserta en su agenda a partir de las protestas estudiantiles). Esta nueva etapa estará centrada también en el control de los abusos, cuyo hito lo marcó el caso La Polar.
Estos conceptos, ampliamente expresados por Bachelet en el acto de El Bosque, representan un cambio importante respecto de lo que ella considera debe ser la prioridad de una eventual nueva administración.
En el bacheletismo no se olvidan de que la ex mandataria también fue blanco de críticas por el movimiento estudiantil y que su retrato, en octubre de 2011, apareció junto al de Ricardo Lagos bajo la pregunta “¿Dónde están?”.
El suyo fue un gobierno de continuidad, el cuarto de la Concertación, que puso el eje en la protección social. Ahora su foco está puesto en la desigualdad, concepto acuñado hace meses por políticos influyentes y cercanos a la ex mandataria, como Camilo Escalona.
Será también, dicen, una bandera de lucha que le acomoda. Y es que, por su perfil, se trata de un tema en el que ostenta más credibilidad que la derecha. De hecho, un estudio realizado por Feedback-La Tercera, en mayo de 2005, arrojó un resultado que, a la luz de su arremetida actual contra las brechas sociales y económicas, resulta decidor: si bien en aquella contienda era Joaquín Lavín quien había logrado instalar en el eje de su campaña la desigualdad, sólo un 28,6% de los encuestados consideraba que el ex alcalde lo podía hacer mejor en este tema, contra un 45,1% que se inclinaba por la ex mandataria.
La superación de las inequidades será el centro de su propuesta de gobierno que, según anunció Bachelet en su discurso, construirá sobre la base de un amplio diálogo social: “No voy a hacer un programa entre cuatro paredes. Voy a proponer diálogos y encuentros, para que el programa de esta campaña tenga el sello de la ciudadanía”, señaló la ex presidenta en su discurso en El Bosque.
En el bacheletismo explican que la precandidata está proponiendo un cambio de método: si en 2005 su propuesta estuvo a cargo del economista Andrés Velasco, que después fue su ministro de Hacienda, en esta nueva etapa propone trabajar desde abajo hacia arriba, desde la sociedad a las cúpulas.
Al menos desde noviembre, sin embargo, el área de contenidos de su candidatura está siendo coordinada por Peñailillo y Alberto Arenas (PS), ex director de Presupuesto de su gobierno. El socialista, según anuncian en el círculo cercano a Bachelet, será un personaje clave en esta nueva etapa, y en la Concertación apuestan por que su ingreso al comando de primarias se haga efectivo en los próximos días.
Siete años más tarde, el 27 de marzo de 2013, Bachelet regresó a Chile para anunciar su repostulación, después de 30 meses radicada en Estados Unidos. En un discurso de 20 minutos, solamente una vez mencionó la palabra “Concertación”. La candidata también reconoció los errores del conglomerado con el que llegó a La Moneda: “Hubo cosas que no hicimos del todo bien y reformas que quedaron sin hacer”. En el Centro Cívico Cultural de El Bosque, donde anunció su decisión, no había ni un dirigente de su bloque. Tampoco los hubo en la mañana, cuando habló después de aterrizar en el aeropuerto, acompañada de un grupo de mujeres y con la presencia de dos alcaldes cuidadosamente elegidos: Carolina Tohá, ex presidenta del PPD, y el socialista Johnny Carrasco.
A tres años de dejar el poder, en marzo de 2010, Bachelet ha aumentado su distancia de los partidos de la Concertación. En los dos años y medio que permaneció en Nueva York, evitó encuentros públicos con figuras del conglomerado y sus contactos con la dirigencia quedaron relegados a su ex jefe de gabinete, Rodrigo Peñailillo. El ingeniero no sólo ofició como nexo con los partidos, sino que fue el encargado de notificar las decisiones adoptadas por la ex mandataria y su círculo.
A pocos días de aterrizar en Chile, en la Concertación se desconocía el diseño de su retorno y este escenario provocó un nerviosismo que la inmensa mayoría de los concertacionistas evitó explicitar públicamente. La excepción fue el ex senador Ricardo Núñez: “El secretismo, si es por razones de seguridad y del buen manejo de su figura (...), me parece bien. Pero si el secretismo va a continuar luego de que regrese al país, creo que sería un gravísimo error”.
Como candidata, explican en su círculo, mantendrá la autonomía. En parte, indican las mismas fuentes, porque es Bachelet, y no su conglomerado, quien ostenta el respaldo ciudadano, por lo que tiene incluso mayor rango de acción que en 2005. Pero, sobre todo, porque desde que estallaron las protestas estudiantiles e irrumpió el fenómeno del malestar en Chile, en 2011, la clase política en su conjunto sufrió una baja en niveles de respaldo y credibilidad. En mediciones realizadas entre noviembre de 2010 y diciembre de 2012, el CEP registró una caída en la evaluación de las instituciones: los partidos bajaron de 15% a 6% y el Congreso pasó de 28% a 15%.
De hecho, por esa razón la ex mandataria cree indispensable conformar una nueva mayoría social y política que trascienda la Concertación -que tiene una popularidad de un 22%-, indispensable para garantizar gobernabilidad en un eventual segundo período.
En el círculo de Bachelet recuerdan una entrevista que concedió poco antes de abandonar el Ejecutivo, donde señaló que la Concertación no había entendido su elección. El diagnóstico, según cercanos a la candidata, sigue vigente en 2013 y la distancia se mantendrá el mayor tiempo posible. De hecho, la campaña territorial de la primaria estará coordinada por los alcaldes y concejales opositores.
Un influyente dirigente del bacheletismo explica que, por el momento, a la abanderada no le conviene aparecer vinculada a la oposición, aunque subterráneamente permanezca activa la trenza que le garantiza estabilidad política: Camilo Escalona (PS) y Gutenberg Martínez (DC), quienes se han resistido a la izquierdización del bloque opositor, que propugnó todo 2012 el senador Guido Girardi (PPD).
Bachelet, en el fondo, despliega una estrategia que recuerda la adoptada por Joaquín Lavín en su candidatura presidencial de 1999, frente a Ricardo Lagos: esconder a sus partidarios, alejarse de los políticos y mostrar un rostro ciudadano.
En sus primeros días en Chile, de hecho, los dirigentes de la Alianza la han criticado por mostrar distancia con los partidos que la apoyan: “Es tratar de ocultar una verdad tan grande como el sol”, dijo el candidato de la UDI, Laurence Golborne. El abanderado de RN, Andrés Allamand, indicó que todos los chilenos saben que “en caso de gobernar, lo haría con los mismos que la acompañaron en el pasado”.
Esta línea argumental no es nueva en el oficialismo. En septiembre del año pasado, el ministro de Educación, Harald Beyer, dijo en una entrevista política que Bachelet iba a cargar con el “peligroso lastre” que, a su juicio, significa la Concertación, y que le podía pasar lo mismo que a Mario Vargas Llosa cuando disputó la presidencia de Perú: siendo favorito, se asoció a políticos tradicionales y desprestigiados, y perdió ante Fujimori.
En el entorno de la ex presidenta existe especial preocupación en enfatizar que su cargo de directora ejecutiva de ONU Mujeres la cambió mucho en los últimos tres años. Señalan que en ese período recorrió el equivalente a 10 veces la vuelta al mundo, que estrechó lazos con figuras como Hillary Clinton y observó fenómenos mundiales como el de los “indignados”.
Días después de que asumiera en ONU Mujeres, en septiembre de 2010, se inició la ola de protestas en el mundo árabe, de la cual fue testigo directo en sus viajes posteriores a esa región. El énfasis de sus cercanos en su experiencia internacional apunta a mostrar una Bachelet más preparada y con mayor visión de mundo, que añadió a su biografía haberse convertido en líder internacional. Pero, sobre todo, a mostrarla como una figura muy por encima de las peleas habituales de la contingencia política chilena.
Coherente con ese diseño, buscará marcar distancias con sus adversarios, evitará confrontaciones con el gobierno y sus dos candidatos.
En su discurso del miércoles, por ejemplo, no atacó al oficialismo. En 2005, en cambio, apuntaba directamente a la Alianza: “¿Acaso ustedes creen que le preocupan la desigualdad, los abusos laborales, el medioambiente, el desarrollo de nuestra cultura?”.
Destacando su papel internacional, Bachelet hará frente a la principal crítica que enfrentó, incluso desde las filas de la Concertación, en su primera campaña: la inexperiencia.
En su discurso del miércoles, la propia Bachelet destacó su labor en ONU Mujeres: “He visto, en esta tarea que me tocó desempeñar, nuevas realidades (…). He recorrido muchos países (…). Me he reunido con gobernantes y trabajado con organizaciones y líderes de Asia, Africa, Oceanía, Europa y de América Latina”.
En el entorno de la precandidata informan que, durante la campaña, también se hará hincapié en que la biografía de Bachelet es coherente con su pensamiento político. El bacheletismo, sin entrar en confrontaciones directas, apuesta por marcar diferencia en este terreno con el precandidato de la UDI, Laurence Golborne, el abanderado que apela a las emociones y cultiva una épica personal, como la propia Bachelet.
En el círculo de la ex presidenta se ha puesto mayor énfasis en el ex ministro de Obras Públicas que en Allamand. No es casualidad que, mientras el ex ministro pretende destacar que nació en Maipú y llegó a ser ministro de Estado, la ex directora de ONU Mujeres haya hecho hincapié en su vínculo con El Bosque, al iniciar su pronunciamiento el miércoles: “Soy hija de El Bosque, mi casa todavía está en Los Morros”. Así, quedó atrás el relato con que enfrentó su primera incursión por La Moneda: la hija del general.
Nuevo target y fin de ciclo
“Sabemos que hay un malestar ciudadano bastante transversal. Lo hemos visto en los estudiantes (...). Lo hemos visto también en una clase media que se siente excluida y desprotegida”. Bachelet, en el discurso de lanzamiento de su campaña la noche del miércoles, hizo dos guiños evidentes a la clase media, lo que representa un cambio de cara a esta nueva etapa.
En 2005 apuntó a los más desposeídos. Cinco días después de la primera vuelta, uno de los voceros de su comando, Marcelo Trivelli, reveló que “hay que salir a buscar el voto de Lavín. Hay familias más pobres que votaron por él y hoy se sienten identificados con Michelle”. Hoy, en cambio, si bien va a cuidar a su electorado duro -según la última CEP, tiene un 61% de gente “decidida a votar por ella” en el segmento bajo-, las menciones a la clase media (donde tiene 10 puntos menos) tienen intencionalidad.
Y es que el esquivo apoyo de este tramo a la Concertación explica en gran medida el triunfo de Piñera en 2010.
Según la encuesta CEP de octubre de 2009, el respaldo del estrato medio favorecía al actual mandatario. En un escenario de primera vuelta, un 37,6% de la clase media optaba por Piñera, contra un 17,7% de Frei. El golpe dado a la Concertación por este segmento fue refrendado después por el Instituto de Políticas Públicas de la UDP que, después de cruzar datos de la elección con la Encuesta Casen, mostró que en la segunda vuelta “Frei empeora sus resultados a medida que la concentración de la población de clase media aspiracional aumenta”.
“Ya no es una sociedad de pobres, sino de clase media”, dijo hace unos días Enrique Correa en Icare. El ex ministro dio cuenta de cómo este segmento se transformó en una clave electoral. Miembros del círculo bacheletista comentan que existe plena conciencia de aquello y agregan que esto implica un desafío, toda vez que “la centroizquierda debe salir a pelear en un terreno que hasta ahora tenía relegado”. De hecho, agregan otras fuentes de su círculo, desde Nueva York estuvieron muy atentos a los efectos del Bono Marzo anunciado por Piñera, ya que por primera vez un recurso de este tipo se hará extensivo a 300 mil familias de clase media vulnerable. “Manejamos las mismas encuestas”, comentan en su entorno.
Según la Encuesta Casen, las políticas económicas y sociales aplicadas en las últimas dos décadas han logrado reducir la pobreza en Chile a menos de la mitad. Si en 1990 los pobres alcanzaban al 38,6% de la población (13% en extrema pobreza), en 2009 esta cifra cayó a 15,1% (3,7% en extrema pobreza), y a 14,4% y 2,8%, respectivamente, en 2011. La clase media, en tanto, representa a casi la mitad de la población.
Esta ciudadanía, además -y en esto coinciden tanto Bachelet como Piñera-, está hoy más empoderada, es más fiscalizadora y se rebela ante los abusos. “La enorme desigualdad en Chile -dijo la ex mandataria el miércoles- es el motivo principal del enojo”.
Cercanos a Bachelet aseguran que ella tiene un diagnóstico claro respecto del “malestar” que, a su juicio, afecta a buena parte del país. Durante 20 años, agregan en su entorno, los gobiernos de la Concertación se enfocaron en el combate a la pobreza, el tránsito democrático y en demostrar que el conglomerado podía garantizar la gobernabilidad. Pero eso, considera la ex mandataria, cambió. Y, como aseguró en su discurso de aceptación de candidatura, “estamos entrando en un nuevo ciclo político, económico y social”.
Este “fin de ciclo” está enfocado en el combate a la desigualdad, cuya principal expresión son las brechas en educación (tema que se inserta en su agenda a partir de las protestas estudiantiles). Esta nueva etapa estará centrada también en el control de los abusos, cuyo hito lo marcó el caso La Polar.
Estos conceptos, ampliamente expresados por Bachelet en el acto de El Bosque, representan un cambio importante respecto de lo que ella considera debe ser la prioridad de una eventual nueva administración.
En el bacheletismo no se olvidan de que la ex mandataria también fue blanco de críticas por el movimiento estudiantil y que su retrato, en octubre de 2011, apareció junto al de Ricardo Lagos bajo la pregunta “¿Dónde están?”.
El suyo fue un gobierno de continuidad, el cuarto de la Concertación, que puso el eje en la protección social. Ahora su foco está puesto en la desigualdad, concepto acuñado hace meses por políticos influyentes y cercanos a la ex mandataria, como Camilo Escalona.
Será también, dicen, una bandera de lucha que le acomoda. Y es que, por su perfil, se trata de un tema en el que ostenta más credibilidad que la derecha. De hecho, un estudio realizado por Feedback-La Tercera, en mayo de 2005, arrojó un resultado que, a la luz de su arremetida actual contra las brechas sociales y económicas, resulta decidor: si bien en aquella contienda era Joaquín Lavín quien había logrado instalar en el eje de su campaña la desigualdad, sólo un 28,6% de los encuestados consideraba que el ex alcalde lo podía hacer mejor en este tema, contra un 45,1% que se inclinaba por la ex mandataria.
La superación de las inequidades será el centro de su propuesta de gobierno que, según anunció Bachelet en su discurso, construirá sobre la base de un amplio diálogo social: “No voy a hacer un programa entre cuatro paredes. Voy a proponer diálogos y encuentros, para que el programa de esta campaña tenga el sello de la ciudadanía”, señaló la ex presidenta en su discurso en El Bosque.
En el bacheletismo explican que la precandidata está proponiendo un cambio de método: si en 2005 su propuesta estuvo a cargo del economista Andrés Velasco, que después fue su ministro de Hacienda, en esta nueva etapa propone trabajar desde abajo hacia arriba, desde la sociedad a las cúpulas.
Al menos desde noviembre, sin embargo, el área de contenidos de su candidatura está siendo coordinada por Peñailillo y Alberto Arenas (PS), ex director de Presupuesto de su gobierno. El socialista, según anuncian en el círculo cercano a Bachelet, será un personaje clave en esta nueva etapa, y en la Concertación apuestan por que su ingreso al comando de primarias se haga efectivo en los próximos días.
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