Llegar hasta Londres no ha sido fácil para Yeny Contreras. En el camino tuvo que soportar el bullying escolar, un embarazo adolescente y varias operaciones en las rodillas. Todo por la obsesión de su padre y un letrero de la Digeder penquista.
La pesada carga de ser la “karateca” es responsabilidad de su padre, el profesor de matemáticas Juan Pablo Contreras. Fanático de las películas de acción y, especialmente, de Bruce Lee, se pasaba tardes completas leyendo libros de artes marciales y copiando los movimientos que allí se ilustraban. Cuando su hija mayor, Anyelina, cumplió cinco años, decidió comenzar a entrenarla y construyó un improvisado gimnasio dentro de su casa. Al año siguiente le tocó el turno a Yeny: “No me gustaba, porque mi hermana me sacaba la mugre todos los días. No aprendía nada. Pero mi papá era muy estricto y me decía que entrenar era obligación, como ir al colegio”.
Después de cinco años de entrenamiento, su papá comprendió que no tenía nada más que enseñarles y empezó a buscarles una academia oficial en Concepción, pues en Coronel no existía ninguna. En esa búsqueda se encontró con un letrero en el que la Digeder (Dirección General de Deportes y Recreación, hoy IND) promocionaba un arte marcial coreano. “Taekwondo, futuro deporte olímpico”, rezaba la pancarta. Desde entonces, su sueño fue ver a alguna de sus hijas en los Juegos Olímpicos.
Cuando Anyelina cumplió 15 años, la llamaron a la selección nacional desde Santiago. La condición que puso fue viajar junto a su hermana menor. De la noche a la mañana, ambas se vieron viviendo solas, con una libertad que no conocían en Coronel. Como Yeny era menos disciplinada, faltaba a clases y a los entrenamientos. “Era complicado, porque nunca habíamos venido a Santiago y ya teníamos responsabilidades que no muchos tienen a los 15. En Concepción no teníamos amigos. ¡Aquí había gente, hombres!”, recuerda la taekwondista, quien conoció a su primer pololo y ex marido, Luis Fredes, en el gimnasio de calle Tarapacá. Con 17 años, Yeny quedó embarazada y todo se complicó. Recién dejó de practicar cuando ya se le notaban los seis meses de gravidez. “Mi vida se veía horrible. Pensé que había jodido todo”, cuenta.
Sorpresivamente, los resultados importantes llegaron después del nacimiento de su hijo Matías. Primero fue un oro en el panamericano específico realizado en Perú, en 1998, y después buenos resultados en torneos Open mundiales y dos oros más de nivel panamericano. Sin embargo, cuando estaba en su plenitud deportiva, en 2005, se inició una larga maldición que duró un lustro.
La única marca que Yeny tiene en su rostro está ubicada en la frente. No fue consecuencia de un combate, sino de un cabezazo con un fierro. Las cicatrices que le ha dejado su deporte están más escondidas. En 2005, mismo año de su separación con Fredes, sufrió su primera rotura de ligamento en la rodilla izquierda. Por falta de seguro médico, la operación se demoró y estuvo más de un año sin pisar el tatami. Cuando estaba lista para regresar, en 2007, se rompió los meniscos de la misma rodilla y volvió al quirófano. En 2008, cuando creía que podía llegar a Beijing, el infortunio se hizo presente otra vez: se rompió los ligamentos de la rodilla derecha. “Pensé en retirarme, porque creí que el cuerpo ya no me daba para seguir”, confiesa la deportista, quien antes de los Odesur 2010 recibió un ultimátum: o ganaba medalla o se despedía de su beca Proddar. Pese a la presión, llegó a la final, donde se enfrentó a una espigada rival brasileña. El combate fue reñido, hasta que Yeny hizo prevalecer su mayor experiencia y conectó una patada en la cabeza que le otorgó cuatro puntos y, a la postre, el oro más emotivo de su carrera. Su celebración fue eufórica. “Tal vez no era la competencia más importante de mi carrera, pero significaba que estaba de vuelta”, señala la artista marcial.
El premio mayor a su paciencia llegó el año pasado, en México, donde ganó bronce en los Juegos Panamericanos de Guadalajara y luego, en Querétaro, amarró la clasificación a Londres 2012, cumpliendo así el sueño de su papá. Sus expectativas no son demasiado altas, pues llegará con dolor en ambas rodillas y con una dolencia en la cadera, que también deberá operarse después de los Juegos.
A sus 32 años, ella ya está más preocupada de sus estudios en educación física y de criar correctamente a Matías, de 14. Lo llama a cada rato para saber cómo está. Cuando lo hace, su iPhone muestra como protector de pantalla a Bruce Lee, con mirada desafiante. “Es el más grande”, remata Yeny.
Yeny Contreras
Nació el 2 de agosto de 1979, en Coronel. Comenzó a practicar este deporte a los cinco años, con su padre y hermana. Ha ganado oro en varios panamericanos específicos, en los Odesur 2010 y un bronce en los Panamericanos 2011. Es la primera chilena en su disciplina que clasifica a los Juegos Olímpicos.
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