Nieta del ex Presidente Salvador Allende: Las marcas de Maya Fernández en las elecciones municipales de Chile




Fue la mayor sorpresa en la última elección municipal. El domingo pasado, Maya Fernández, nieta del ex Presidente Salvador Allende, registró 92 votos sobre el RN Pedro Sabat en Ñuñoa. Aquí entra a su historia más personal.
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Maya Fernández Allende (41) vio por primera vez el Palacio de La Moneda en septiembre de 1990. Tal vez lo pudo haber visto antes, visitado incluso. Pero eso ella no lo recuerda. La nieta de Salvador Allende Gossens tenía casi dos años cuando fue el golpe de Estado, y al día siguiente dejó el país junto a su padre -el oficial cubano de inteligencia Luis Fernández Oña- y su madre, Beatriz “Tati” Allende, quien estaba embarazada de siete meses de su hermano Alejandro. A los 18 años, el palacio de gobierno, cuya imagen en llamas marca un giro en la historia de Chile y en la de su familia, a ella no le pareció que era “ni tan grande ni tan imponente” como la imagen que se había formado de éste en La Habana. Y aunque ella creía que ver el lugar -donde su abuelo se suicidó- la podría remecer, hoy dice que eso tampoco pasó. “Pensé que sería una cosa más fuerte; claro, está llena de historia y tiene una carga muy potente, pero creo que fue bueno estar, verla”.
Ella es la segunda nieta de Allende que entra a la política activa. La de primera línea, esa que se construye consiguiendo votos en las calles, recorriendo ferias y disputando elecciones. El domingo pasado, la hasta entonces concejala socialista de Ñuñoa desde 2008 dio la mayor sorpresa del proceso electoral, al aparecer derrotando al RN Pedro Sabat. Hasta el último cómputo público, ese triunfo se sostenía en sólo 92 votos por sobre el alcalde en ejercicio por 16 años. Y hasta la conversación que ella tuvo con El Semanal, la mañana del miércoles 30, Renovación Nacional todavía no anunciaba que pediría al Tribunal Electoral Regional y al Calificador de Elecciones que se recontara el 100% de las mesas, pues, según sus cálculos, esa operación podría darlos como ganadores.
Hasta la mañana en que ocurre esta conversación, Maya Fernández es la alcaldesa electa y su preocupación estaba en llegar a la reunión que tenía después en su comando, para cerrar temas administrativos y poder salir de Santiago a descansar por el fin de semana largo.
“La política siempre me gustó, siempre ha sido tema de almuerzo en mi familia, tema de la vida cotidiana”, es la primera frase de este diálogo, que comienza en el Parque Juan XXIII, una franja verde que recorre unas siete cuadras en Ñuñoa y parece el jardín secreto de las casas cuyos patios dan hacia el parque. Cuando le preguntamos por qué, si la política en su familia también ha ido de la mano de la tragedia, entonces ella responde que una cosa no tiene que ver con la otra. “Yo creo que mi abuelo y mi familia tomaron una decisión respecto de involucrarse (en política) porque era su vocación”. Y agrega que ella no mira su historia desde la perspectiva de “por culpa de la política”. “No es como arrastrar una cosa, un lastre del pasado. Yo creo que es todo lo contrario: mi abuelo y mi madre entregaron su vida por la política. Y ese ejemplo me hace a mí mirar al futuro, esa es la verdad”. Esa mirada, que no busca indagar o “escarbar”, como ella dice, la posa en otras tragedias de su propia historia.

Tras irse de Chile cuando estaba a punto de cumplir los dos años, Maya se instaló con sus padres en La Habana. Allí fueron recibidos por Fidel Castro. A los dos meses nació Alejandro, y el líder cubano le propuso en el hospital a Tati que le cambiaran los apellidos, para que el niño fuera el heredero político y continuara el apellido Allende, pues el presidente chileno sólo había tenido hijas. Un designio de Castro que no se cumplió. Pero esa es otra historia.
La madre de Maya y Alejandro se hizo cargo del Comité Chileno de la Solidaridad, una oficina dedicada en La Habana a buscar estrategias para derrocar a Augusto Pinochet, y donde Tati recibía también los testimonios de chilenos que habían pasado por centros de detención. Por esas tareas, también, viajaba constantemente. En uno de esos viajes, Tati se cortó el pelo muy, muy corto. Esa imagen de su madre es la única que Maya conserva en su memoria. “Debe ser una de las pocas cosas que recuerdo, porque me impactó ese cambio de look en ella. Volvió con el pelo corto, bien crespo. Cuando me acuerdo de ella, esa es la imagen que se me viene a la cabeza. Encuentro espectacular poder tener aunque sea una imagen de ella que no sea fotográfica”.
A los meses de ese viaje, el 11 octubre de 1977, Tati Allende fue a dejar a sus hijos al colegio, se devolvió a despedirse unas tres veces y les dijo a las auxiliares que se iba de viaje. Se fue a su casa en las calles Quinta y 42 en Miramar, subió al segundo piso y se dio un tiro. Maya tenía seis años; a Alejandro le faltaba un mes para cumplir los cuatro.
“No recuerdo nada de ese día”, dice hoy su hija. Y luego agrega que para ella “no es un tema” reconstruir lo que pasó. “A nosotros nos dijeron la verdad, que mi madre se había suicidado. Lo que ocurrió. La historia es como es y hay que echarle para adelante. Me han hablado de ese día, pero no es que sea un tema pendiente para mí”. Para Maya, lo relevante fue saber cómo era su madre: “Me encanta recibir historias de ella, escuchar sobre ella. Para mí, ella fue una mujer con convicciones, luchadora. La gente la recuerda con cariño”.
Beatriz Allende dejó una carta de nueve carillas. En esta, pidió que los niños se quedaran en Cuba y no con su padre, Luis Fernández. Como tutora, ella eligió a Mitzi Contreras, la hermana de “Paya”, la secretaria personal y amante de Allende, con quien Tati tenía una relación cercana. La carta está en manos del Comité Central del PC cubano. Nunca se ha hecho pública y Maya tampoco la ha leído. Su hermano Alejandro, sí. Lo hizo cuando él, a los 15 años, quiso indagar las razones del suicidio de su madre. Para Maya, la carta es personal. “Fue dirigida a Fidel. Me gustaría leerla, pero no que estuviera en una fundación donde la pudiera ver todo el mundo”, señala.
“Muchas veces se hace la pregunta: ¿cómo se sintieron ustedes con la ausencia de la madre? Yo no tuve ausencia de la madre. Es que yo tuve una: la Mitzi era mi mamá. Ella se entregó en cuerpo y alma a nosotros. Formamos una familia”, dice Maya. De esos años en La Habana, recuerda que se crió como una cubana más. Tal como sus compañeros, en el colegio fue parte de la Organización de Pioneros José Martí, cuyo lema es “pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. También iba a la playa, al malecón, aprendió a bailar salsa. La diferencia con el resto de los isleños es que cuando su abuela Hortensia Bussi viajaba desde México a verlos -algo que hacía regularmente, pues siempre mantuvo la relación con sus nietos-, Fidel Castro pasaba a verlos. “Lo encontraba imponente”, dice Maya, que entonces era un niña.
De esos años, además, le quedó un acento isleño. Hoy es más débil, pero aflora cuando al decir “malecón” le sale un sonido muy nasal, o cuando cuenta: “La gente acá -y suena como ‘jente’- sabía que viví en Cuba; algunos preguntaban, pero no es de lo que más me preguntaron en la campaña”.
-¿Sobre qué te preguntaron más?
- Cosas más de Ñuñoa. Me preguntaron por mi abuelo también, pero más que nada los mayores, que me contaban anécdotas que vivieron con mi abuelo, porque lo habían conocido. La campaña tampoco centró su eje en el tema Allende”.
Según Fernández, mientras vivió en Cuba, ella no vio a su abuelo como figura histórica; siempre fue, simplemente, su abuelo. Tampoco le dio ningún significado especial, cuando al día siguiente de esta elección municipal, ella se reunió con Carolina Tohá y Carlos Cuadrado Prats, entre otros electos. Ella reparó en que en la foto aparecía con el nieto del asesinado general Prats -que comandó el Ejército durante el gobierno de Allende- y la hija de José Tohá, ministro de Defensa de su abuelo, sólo cuando los periodistas lo comentaron. “Es que yo creo que aquí también hay méritos propios”, opina.
Cuando en la segunda mitad de los 80 comenzaron a publicarse las listas de quienes podían retornar, Mitzi Contreras decidió que era el momento de volver a Chile. Ella se vino antes para buscar casa y colegio para los dos adolescentes. En Santiago le diagnosticaron un cáncer terminal al pulmón. Maya y Alejandro recibieron la noticia en La Habana. Mitzi murió al poco tiempo. Tan poco que los niños no la volvieron a ver. “Su muerte fue muy dolorosa. Ese fue uno de los dolores grandes, grandes. De haber estado en Cuba y no estar acá con ella, en Chile, juntos”, recuerda Maya.
El regreso a Chile se postergó. Maya terminó el colegio en La Habana, rindió los exámenes e ingresó a la universidad en esa ciudad a estudiar Biología. Pero la decisión de retornar a Santiago ya la habían tomado. En septiembre de 1990, los dos hijos de Beatriz viajaron a Chile para el funeral oficial que se le realizó a Salvador Allende, quien fue trasladado desde una tumba en Viña del Mar al Cementerio General, en una ceremonia presidida por Patricio Aylwin. Ahí fue cuando ella vio La Moneda por primera vez.
Maya dice que su sensación no era la de “retornar” a Chile. “Me fui a los dos años. Entonces, para mí era un viaje para venir a conocer el país. Yo no tenía una idea preconcebida, estaba mi familia -los Allende Bussi-, quería conocer. Tampoco venía con la idea del tipo ‘espero de Chile tal o cual cosa’, o ‘espero de los chilenos esta otra’. Yo venía abierta, dispuesta a encontrarme con Chile más que a reencontrarme. Y me gustó la acogida, me gustó Santiago, me gustó mucho la gente”.
El 3 de marzo de 1992, Maya y su hermano aterrizaron nuevamente en Santiago, pero esta vez para quedarse. Ella se fue a vivir donde su tía Isabel Allende en la casa familiar, la de Guardia Vieja, en Providencia, donde antes vivieron sus abuelos. Mientras estaban en Cuba, los hijos de Tati habían mantenido relación con sus primos que vivían el exilio en México, entre ellos Marcia Tambutti y Gonzalo Meza, hijos de Isabel. De hecho, Marcia era la compinche de Maya. “Somos hermanas más que primas”, explica.
A los 10 días de arribar, Maya entró a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile a continuar con sus estudios de Biología, en el campus Juan Gómez Millas. “Fue bueno partir enseguida, porque yo no tenía amigos acá ni conocidos. No tenía historias de colegio acá. Entonces, llegar a la universidad fue muy bueno, porque ahí es donde empiezan a nacer mis relaciones, los amigos”. Ese mismo año, el 92, ficha por el Partido Socialista. “En la universidad no era una militante metida todo el tiempo en política, pero sí estuve interesada en los temas universitarios. Es difícil, además, pertenecer a la Chile y no estar involucrada en los temas estudiantiles. En 1997, por ejemplo, participé en la toma de la universidad. En ese momento no era dirigente, era una estudiante más”. Maya Fernández se refiere a la toma que movilizó a varios planteles y que, en el caso de la Chile, duró cerca de seis semanas.
Después de terminar Biología, continuó estudiando. Esta vez, Medicina Veterinaria en la misma universidad, pero ahora en un campus que la Chile tiene en La Pintana. En 2002 terminó la carrera e inició su trabajo en el Servicio Agrícola y Ganadero, para más tarde cambiarse a la Dirección de Relaciones Internacionales Económicas (Direcon), en Cancillería, donde vela por que se cumplan las condiciones fitosanitarias en los acuerdos internacionales. Antes de eso nació su primer hijo, Fernando, quien hoy tiene 12 años y estudia en el Liceo Manuel de Salas, en Ñuñoa.
Su segunda hija, a quien nombró Beatriz, nació en diciembre de 2010, cinco días después del suicidio de su primo y casi hermano, Gonzalo Meza. El abogado, hijo de la senadora Allende, fue el primero de los nietos en retornar a Chile (en 1983) y el primero entre ellos en incursionar en política como concejal en La Granja, entre 1992 y 1996, por el PPD.
“La pérdida de Gonzalo para mí, en lo personal, ha sido un mazazo. Mi primo era muy joven…”, dice ella, en el único momento en que en esta entrevista se le ve la pena en el rostro.
-¿Crees que una madre puede recuperarse de la muerte de un hijo?
-Es difícil hablar cuando tú no lo has vivido. Yo tengo dos hijos y espero que nunca me pase. Pero creo que no, pienso en mi abuela. Ella siempre pudo asumir la muerte de mi abuelo, pero no la de mi madre. Siempre le dolió mucho hablar. Se le veía en los ojos, en la pena.
En el Parque Juan XXIII, un hombre pasa trotando vestido de negro. Sin reconocerla, hace una crítica a algo que habría hecho el alcalde Sabat con el parque y sigue corriendo. Dos metros más adelante, el hombre reacciona, se da vuelta, mantiene el trote, pero ahora sin avanzar, y le pregunta a Maya: “Tú eres la que ganó, ¿no?”. Luego la felicita. En una hora pasará cuatro veces, y en cada oportunidad su discurso será más pro Concertación.
En 2008, Maya Fernández fue elegida concejal por 4.655 votos (4,55% en el universo de 102 mil votantes). En esta última campaña municipal, el PS la nominó sin necesidad de primarias, pues no hubo más interesados en competirle a Sabat. El partido la dejó correr, sin expectativas. Y aunque ella dice que “uno no puede dar una campaña por perdida; si no, no la hace”, agrega: “Yo no estaba en la estadística de nadie. Ya la votación de nosotros fue muy potente, porque nunca había habido una votación tan cercana al alcalde. Yo creo que no estaba… En realidad, fue una sorpresa”.
-¿Cómo se está portando Sabat? -le pregunta una de sus vecinas en la peluquería de su barrio.
Maya Fernández vive hace años en la misma casa, de un piso, en una calle interior silenciosa, pese a que está cerca de Diagonal Oriente. Un barrio con peluquería, pastelería, almacén y quiosco en la esquina.
-Hasta ahora, bien -responde Maya.
La entrevista termina pasado el mediodía y ella corre a su comando. Tres horas después se hará pública la decisión de Renovación Nacional de solicitar que se cuente hasta el último voto.
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